De dolor, muerte y tanatología

23/Diciembre/2017

De muchas formas se ha descrito al ser humano. Lo hemos catalogado como un animal racional, como una célula que forma parte del estado, como un horizonte vertical o, simplemente, como un animal bípedo sin plumas. Sea como sea, todos estaremos de acuerdo en algo: el ser humano es un misterio fascinante.

Desde que el hombre ha sido hombre, hemos encontrado la manera de trascender nuestra condición material. De ese encuentro cotidiano con nosotros mismos surgen las preguntas que definen nuestra existencia: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Existe algo después de esta vida? ¿Cuál es el sentido del sufrimiento?

El hombre se nos presenta como un misterio que produce misterios. Un buscador de la verdad, la bondad y la belleza. Un ser abierto al infinito y con un profundo llamado a lo eterno. Pero el hombre se contempla a sí mismo como un ser débil, limitado, sujeto al tiempo-espacio. El amor le da un sentido a su existencia, pero sabe que amar duele porque todo cuanto ama está destinado a perecer.

Contemplamos la naturaleza y nos dejamos maravillar por su hermosura, pero nos invade una nostalgia que nos recuerda la caducidad de todo lo creado. La flor más bella se marchita, los besos de una madre en esta vida están contados y sabemos, en el fondo, que los ojos de aquella persona amada, algún día, también se apagarán. Dum loquimur fugerit invida aetas (Horacio, Odas, I, 11, 7)…

La muerte nos humilla con su insondable misterio. Nuestra condición de espíritus encarnados se resiste a creer que el sentido último de nuestra vida es la muerte. Sin embargo, la muerte nos sobrepasa. ¿Cómo afrontar el sufrimiento? ¿Cómo superar la defunción de un ser querido? ¿Cómo superar el dolor de una pérdida? Le corresponde a la Tanatología responder a estas preguntas.

La tanatología es la ciencia que estudia el arte del bien morir. La misión del tanatólogo consiste en ayudar al enfermo terminal a que muera con plena aceptación, dignidad y paz. Pero el paciente no sólo se reduce al enfermo, sino también a la familia. No sólo al enfermo terminal, sino también al sano que, al recitar el monólogo de Hamlet, sufre la tentación de optar por el no ser (Hamlet, III).

La muerte cobra un sentido cuando se le ha dado un sentido a la vida. La muerte, el dolor y el sufrimiento representan realidades ineludibles que, si bien nos sobrepasan, debemos afrontar con valor y serenidad.